lunes, 18 de febrero de 2008

Un lunes acolchonado y un martes indignante.

El día vuelve a ser juicio. El mismo chorro de agua, me despierta me enfría y me baña. Barrotes, rejas reales me tienen en ésta gran leonera típica de feria. Me exhiben, tengo cierta buena onda con las cámaras, pero sé que soy un cordero creyéndose un león, todos somos pata de elefante, todos somos hormigos a punto de no saber que no seremos más. La mañana me es extraña sin mis perros callejeros de la alcaidía, “el flaco”, “Risas”, “el siberiano descaderado”,”Pichi”, y “Nadia”. Mientras tanto aquí es el día de charla con mis viejos amigos, o más bien en que veré a algunos de ellos luego de 8 años casi, pero con un escritorio de por medio sin copa de vino y con espada de Damocles. No es lo que hubiese planeado, pero bueno. Confieso haber releído la historia de Damocles el cortesano y Dionisio Primero su soberano, no recordaba la singular enseñanza. Y me remito al Encarta 2007 que cuenta resumida la historia y acá la transcribo para que cada uno se ilustre y mis palabras no tergiversen tal sabiduría: “Damocles (fl. siglo IV a.C.), cortesano del tirano de Siracusa Dionisio I el Viejo. Según una leyenda relatada por los escritores romanos Horacio y Cicerón, Damocles en una ocasión hizo observaciones a su soberano sobre la grandiosidad y alegría de los dirigentes. Dionisio invitó a su cortesano a un banquete fastuoso, donde Damocles disfrutó de los deleites de la mesa hasta que se le llamó la atención sobre una espada afilada que colgaba sobre él, sujeta simplemente por una crin. Con este ardid, Dionisio hizo que Damocles se diera cuenta de que la inseguridad podía amenazar a aquellos que parecían ser los más afortunados. La expresión espada de Damocles se convirtió en un proverbio que simboliza el peligro permanente incluso en las situaciones aparentemente más plácidas”.
Hasta en los más llevaderos días, como el hoy, viniendo al caso, te hacen recordar de alguna forma que el peligro es permanente, que no solo tienes que pelear con los que un daño quieren proferirte, porque aún en las horas en que ellos no se sienten en la mesa, otros estarán acechando.
No es objetiva y exacta esa última expresión, y lo sé. Pero cuando solo esperas transcurrir unas horas en paz porque has visto a algunos lejanos amigos y han dicho sus verdades (aunque otros las vistan de monas), empiezas a retornar a esos años y también el porque fueron cercanos estos hombres que hoy se sientan en el banquillo de testigos.
Milton, siempre sonriente, dispuesto a pasarlo bien, canchero, entrador pero siempre con medio pie en orsai. Gran conversador que con ello equilibra lo de la posición adelantada. A la sala de audiencias llegó con un “bonggiorno” y se fue con un “adío”. Así, visto y oído después de tanto y por arriba, trasluce que no ha cambiado mucho.
Federico, que decir de éste médico macanudo y mujeriego que optó por la profesión que admiro, y que viajó por muchos lados y que ahora vive allá, en El Bolsón, en esos pueblos que nacieron como lo que hoy se llama Cristiana en Copenhague (Dinamarca), con el fin de conformar comunidades más en equilibrio con la naturaleza.
Y Matías, que nunca se fue y trató de no cambiar esa esencia divertida que porta, el pasarla bien y conocer damas, sin por ello lastimar a nadie. Que después de mucho tiempo y por un enojo que ninguno de los dos ya bien recuerda nos privó a ambos de encontrarnos en mi segunda detención (2004) y en ésta última, que me tiene aquí desde poco menos de dos años. Y hasta hace un mes no nos vimos, pues por fin saltó el cerco y vino a darme un abrazo. ¡Tanta vida, tantas anécdotas y tan poco tiempo Mato!, espero que las compartamos con los dos desde el lado de la vida en movimiento.
Luego el día corrió y vine a enterarme por algunos medios que la certeza que yo tenía de esa noche en un bar con mis amigos no era cierta, y que ellos habrían dicho lo contrario frente a los jueces. Es más, según los medios, las palabras de los tres me complicaban. Menos entendí cuando supe que un par de ellos se quejaron pues habían tergiversado sus dichos. Por ejemplo, sobre Federico, ¿Qué tiene que ver que haya sido honesto y dicho que para él fue una noche más de adolescentes con amigos y afinidades y que no la recordaba en particular?, es más, creyó que Milton y yo habíamos ido a General Roca. Luego, leyendo su declaración de 9 años atrás, la ratifica, y en ella consta que fue a la ciudad de Roca, pero luego que Milton se quedara atendiendo el bar y dejarme en mi domicilio y que pues así lo dijo en ella días después del crimen. Eso habla a las claras de un hombre que no quiso ofender a nadie, pero que constatando su firma y sin notar ninguna alteración en su indagatoria, asevera que lo allí expresado es cierto.
Si sigo seré tendencioso, pero con esto pido ecuanimidad, no más. No bajemos línea, informemos. Creo que el espíritu de ésta página es ese, o al menos aspiramos a ello. Hoy el tribunal expresó mientras declaraba un testigo “Más allá de lo que la prensa diga, la justicia se imparte acá”, golpeando el letrado con su índice el escritorio.

Con respecto a usted, señora que declaró como testigo un buen martes 19 de febrero del 2008, a quien le confundo el apellido (¡cuanto será que la tengo en mis pensamientos!), mejor mire, para no caer en el yerro la distingo como “señora vestida de rojo y blanco con ánimos de ser tanto federal como unitaria y testigo como jueza” Y entonces, solo puedo darle las gracias, ya que usted fue la prueba vívida que he dejado de sufrir por las palabras vacías, los improperios rampantes (término que también define como trepador, ambicioso sin escrúpulos) que usted nos ha dispensado con total desparpajo, molestando también al espíritu de Ana Zerdán y poniendo en su boca palabras que no ha dicho, o que usted resignificó a gusto y conveniencia. Y sus injurias me sirvieron para darme cuenta que yo no me engaño, que era bastante vago y me pasaba el día leyendo, de vez en cuando trabajaba (mucho más de lo que usted creería, pero no tanto como para decir “me rompí el lomo”), y a veces también intentaba mi querer y jugaba al fútbol. Que amaba y amo viajar como no he amado nada en ésta vida –epifanía aún ignorada-, y que por eso precisamente no me hallaba en ésta, su ciudad, desconociendo el porqué. Y entonces, prolongué mi estadía aquí demasiado tiempo. Así que gracias otra vez, señora de rojo y blanco, pues usted y toda su maldad para con nosotros no hizo otra cosa que levantarme, ¡más aún!, y entonces respirar hondo, mirar el cielo con rejas o sin ellas y saber que para siempre he sido libre y como tal he de dar mí último suspiro.

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